domingo, 20 de octubre de 2013




Volví a posar mis labios en los suyos, pero esta vez el beso fue muy distinto. Fue un beso que valía por seis años, un larguísimo instante en el que sus labios cobraron vida bajo los míos y saboreé en ellos naranja y el deseo. Sus dedos se enredaron en mi pelo y luego se anudaron en mi nuca, vivos y frescos sobre mi piel. Me sentí salvaje y manso, hecho jirones y completo al mismo tiempo. Por primera vez en mi existencia como ser humano, mi mente ni se separó de mis sentidos, no se puso a componer la letra de una canción o a memorizar la situación para reflexionar más tarde sobre ella. Por una vez en mi vida, estaba allí.

Solo allí.




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