Yo quería amarte todos los días, enamorarme en un proceso tremendo que durara veinticuatro horas. Yo quería empezar el día siendo desconocido y que de a poco comenzara a gustarte -desde la mirada siniestra hasta la sonrisa tonta, desde la manía de colocarme el calcetín izquierdo y luego el derecho-. Yo quería que a cada segundo nos descubriéramos, y así, tan lenta como rápidamente, cada día fuéramos conquistándonos como si fuera la primera vez.
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