lunes, 21 de octubre de 2013



Admiré en la penumbra la curva de su hombro, y algo en aquella forma, en el gesto que sugería, despertó en mí un amor desatado y tumultuoso. Su cuerpo olía tan bien - a leña, a hogar- que apoyé la barbilla en el hueco de su hombro y volví a cerrar los ojos. El soltó un suave gemido y se pegó aun más a mi.
Antes de quedarme dormida de nuevo, mientras mi respiración se apaciguaba lentamente hasta acompasarse con la de Sam, me cruzó por la mente una idea de una intensidad abrasadora: “no puedo vivir sin esto”.





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