-¡Hooola! ¿Cómo te va
todo? Hace mucho que no hablamos.
-Bien, gracias. Adiós.
-¿Te pasa algo? Te noto rara.
-¿¡Rara?! La última vez que hablamos me humillaste,
mi ignoraste, te olvidaste de mi y... me juraste falsas promesas. Así
que no, no me pasa nada.
-Ya sabes que soy orgulloso, no me lo tengas en
cuenta. Va tía enróllate y perdóname.
-Si no te importa soy una persona así que creo
que me merezco un mínimo de respeto.
-Tu no te mereces nada.
-¿Porqué me odias?
-No te odio.
-¿Entonces que te he hecho yo a ti?
-Nada. Me odio a mi mismo. No sé hablarte mejor,
porque no me merezco ni que me hables, no merezco nada de ti, me he comportado
francamente mal contigo... y todo esto que te he dicho, que te he hecho pasar no
lo mereces... y por eso intento que me odies.
-Yo jamás podré odiarte.
-Me lo merezco, deberías hacerlo. No
deberías ser tan buena con la gente. Te llevarás palos.
-Me da igual, mi consciencia estará tranquila. No
puedo enfadarme con nadie... no sé hacerlo y tu mejor que nadie lo sabes.
-Perdóname.
-No hay nada que perdonar. Me basta con que me
demuestres que lo sientes. No quiero palabras ni falsas promesas, de hecho no
quiero que me prometas nada.
-Lo haré. Por nosotros.
-No. Hazlo por ti.
-Pero...
-No, hazlo por ti y de esa forma lo estarás
haciendo por nosotros. Confío en ti.
-No te volveré a fallar. Dos veces la misma
piedra no.
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