Capítulo 25:
Las diez de la noche. Tengo mucho frío. Bueno,
mucho es poco. Las farolas iluminan Barcelona, puedes ver de todo. Coches
circulando por las carreteras, personas caminando por aquella ciudad… Abuelos,
hombres cansados que, por lo que creo, se dirigen hacía su casa, después del
trabajo, al igual que se ven a mujeres. Algunas madres que llevan de la mano a
sus hijos. Algunos de ellos los ves cansados, otros
sonrientes, como si nada. Como si el ir a casa, a esas horas de la noche,
después de todo el día, no les afectara. Qué suerte, ojalá fuese pequeña de
nuevo. Donde no existen las preocupaciones, y si las hay, no son nada con las
que hay ahora.
Y estoy segura, como dice mi madre, que cuando
tenga su edad, los problemas que tengo ahora y mi huida de casa, será una
tontería. Pero ahora no lo veo así. Travis me importa y si por eso debo irme
antes de lo previsto y perderme por Barcelona a pesar del frío y del miedo a
que alguien me robe o algo, igualmente, le pagaré a mi padre con la misma
moneda lo que ha hecho. Que menos.
Sigo caminando por la calle. Hasta que decido
pararme, cansada, con los ojos llorosos y harta de todo, he ido a parar a un
calle extraña. Me apoyo en una de las paredes verdes y un poco sucias mientras,
al ir bajando las lágrimas dejan de cesar y empiezan a caer. Al estar ya
sentada del todo me tapo la cara con mis manos, ya que no quiero llamar mucho
la atención. Me paso unos cinco minutos así, sola. Hasta que noto una presencia
ante mí. Saco mi cara y me encuentro a un hombre.
Un hombre guapo con un poco de barba, con un gorro,
con una sonrisa maliciosa pero a la vez dulce. Él me enseña una cosa de entre
sus manos. Es un pañuelo. Quiere que me levante. Me da la mano derecha, que es
la que no tiene ocupada por el pañuelo que me quiere ofrecer y me ayuda a
levantarme. No me da tiempo a hacer caso de mis actos ya que parece que él
mande sobre mí.
-¿Quieres el pañuelo verdad, preciosa? – Me dice
con una sonrisa engañosa pero fiable a la vez. Aunque no me deja contestar.
Sigo fija en sus ojos color miel. – Dame tu mano.
Se la ofrezco con miedo. ¿Pero ______, que haces?
No se la des, es un completo desconocido y a saber si irá bebido o algo… Pero
parece tan dulce… Aunque en unos segundos todo cambia. Mi mano ya la tiene él,
parece que me va a dar el pañuelo pero coge mi otra mano rápidamente y junta
mis dos manos con una suya. Con su otra mano libre saca una navaja del
bolsillo.
Chillo más no poder, aunque no sirve de nada, a las
once y medía de la noche, por Barcelona, un miércoles. ¿Quién queda? ¿Algún
policía? Lo dudo. Aunque si lo hubieran igualmente, estaría asustada. Cosa que
estoy ahora, pero mucho más. Intento escaparme pero no puedo. Me tiene bien
cogida, no parece el chico dulce con esa sonrisa de antes. Ahora es todo lo
contrario.
-¡Déjame, joder! – Le suplico.
-Para de moverte, princesita, o al final acabarás
herida.
-¡Ostia puta que me dejes!
Empiezo a moverme, con toda la fuerza que puedo,
consigo que una de mis manos quede libre pero, con eso, la mano en la que lleva
la navaja, se desplaza hacía mi barriga. Con rapidez, sin poder evitarlo, al
fallarle la mano, me la clava. Un grito de dolor sale de mí, ya que es algo que
no puedo remediar. El ladrón saca la navaja de la herida y la mira, asustado. Está
llena de sangre. Yo lloro, grito del dolor y me estremezco, tapando la herida
con mis manos. Como puedo. La sangre no para de salir al igual que los gritos y
las lágrimas de mis ojos. El hombre, asustado y cobarde, se va corriendo.
La sangre sigue saliendo, me duele muchísimo. No
puedo parar de llorar. Como justamente me ha pillado en un calle oscura, no hay
mucha gente y nadie puede verme ni llamar a una ambulancia ni nada. Mi móvil
está sin batería, aunque si pudiese, tampoco podría llamar. No me quedan fuerzas.
Mis manos tiemblan, mis ojos están lo que se dice llenos no, están a rebosar de
lágrimas.
De golpe, oigo el ruido de un motor. Es la moto de
Travis. El ruido es el mismo. Mis ojos se abren de par en par. Miro mi muñeca
derecha, dolorida pero aun con la pulsera. Intento sonreír. Pero no puedo. Veo
a una silueta venir corriendo hacia mí. Respiro aliviada, aunque aun lloro más.
Es él.
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